NOTA DE OPINIÓN

De las verdes ideas al
pañuelo como símbolo

El giro
verde

Por Mabel Amanda López

De las verdes ideas al
pañuelo como símbolo

El giro verde

Por Mabel Amanda López

Pañuelos verdes atados en la mochila, anudados en la muñeca, triángulos verdes alzados al viento, desplegados con ambas manos o dormidos sobre la mesa de luz, descansando hasta la próxima convocatoria, esperando agitar y ser agitados. Para taparse y para mostrarse, el pañuelo en tanto objeto-signo, no vale por su materialidad, aunque se comercialice, sino por lo que representa, por lo que dice y muestra, porque se deja leer.

Pañuelos verdes atados en la mochila, anudados en la muñeca, triángulos verdes alzados al viento, desplegados con ambas manos o dormidos sobre la mesa de luz, descansando hasta la próxima convocatoria, esperando agitar y ser agitados. Para taparse y para mostrarse, el pañuelo en tanto objeto-signo, no vale por su materialidad, aunque se comercialice, sino por lo que representa, por lo que dice y muestra, porque se deja leer.

Un signo es algo que está en lugar de otra cosa, significa algo, puede ser reconocido por los intérpretes a quienes se dirige y, a su vez, genera interpretaciones, tiene poder para crear nuevas ideas. En las aulas, en las calles, tanto en ámbitos íntimos como públicos, los pañuelos imponen una silenciosa y colorida voz en la escena social, una voz nueva que grita su adhesión al derecho al aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina.

 

De lo material a lo conceptual, ¿o viceversa?

La génesis del pañuelo verde no se correlaciona con las etapas pautadas de un proceso de diseño, tal como se enseña en la universidad, no es resultado de un programa formal. En estos casos, sucede que la espontaneidad de la creación colectiva no sigue ni se corresponde con la secuencia lógica de un producto diseñado, generado con variables controladas por la instancia de producción. Estamos frente a un fenómeno en donde el azar, lo fortuito del hallazgo no está planificado sino dado y validado, primero por sus usuarios y, finalmente, por la sociedad entera. Algo tan simple y pequeño ha crecido a lo grande. Si bien el colectivo ha fijado el año 2003 como momento histórico de la creación del pañuelo verde, cuando en el Encuentro Nacional de Mujeres, las impulsoras de la campaña buscaban un símbolo que las identifique en su propuesta en favor del aborto seguro, legal y gratuito, nada ni nadie podía intuir las dimensiones que habría de alcanzar en estos últimos años.

Un pañuelo es privado e intransferible, está cerca de la piel, a diferencia de una bandera, que pasa de mano en mano y nunca es percibida como objeto personal sino posesión del grupo. El pañuelo, prenda usada tanto por señoras distinguidas como por campesinas, delega su funcionalidad: el pañuelo verde no abriga, no protege ni adorna. Su uso se extiende a todo público, lo llevan hombres, niñas, niños, hasta mascotas. Ni velas ni globos, ni banderas ni vinchas, tampoco cintas enlazadas. Esta elección emparenta la lucha feminista con el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo; el blanco pañuelo-pañal, que cada una personalizaba bordando las iniciales del hijo o de la hija. Esos elementos alusivos e íntimos lo hacían propio y único de cada madre, a la vez que símbolo colectivo, emblema grupal de la lucha de todas. En medio del terror, el pañuelo blanco daba visibilidad a las Madres en cada ronda de los jueves, hablaba su gesto, su silenciosa presencia gritaba en el espacio público.

El pañuelo verde recupera todos estos aspectos, la conciencia de que la lucha por el aborto legal no es un problema personal sino un clamor social, potencia su dimensión política. Nada más ni nada menos que ciudadanos y ciudadanas reclamando derechos, en las calles, en las plazas, en espacios físicos y virtuales. También son mujeres en gran mayoría quienes protagonizan esta batalla por la despenalización del aborto. El reclamo reconoce su herencia y se asume intergeneracional; cambian las consignas pero no el espíritu de la lucha; se mantiene la perseverancia en las convicciones. Otra vez la dimensión colectiva se expresa, se organiza públicamente, resignificando lo íntimo. La versatilidad, bajo costo y fácil portación del pañuelo garantiza parte de su éxito, unido a la situación convocante en espacio y tiempo de ideas y luchas que se venían macerando y, finalmente, han alcanzado su madurez.

Dra. Mabel Amanda Lopez

Doctora en Diseño (UBA). Licenciada en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Codirige el Programa de Investigación en Color, Luz y Semiótica Visual (FADU, UBA), donde dirige tesistas, becarios y pasantes de investigación. Es directora de un Proyecto Internacional sobre Retórica de la violencia gráfica infantil (UBACyT – UNAM), de carácter interdisciplinario entre Psicología Social y Semiótica Visual. Profesora del área de Comunicación Visual en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, UBA desde 1993, en la cátedra Ledesma. Ha dictado clases de posgrado en universidades nacionales y privadas.

Ilustración: Noe Garín

Un signo es algo que está en lugar de otra cosa, significa algo, puede ser reconocido por los intérpretes a quienes se dirige y, a su vez, genera interpretaciones, tiene poder para crear nuevas ideas. En las aulas, en las calles, tanto en ámbitos íntimos como públicos, los pañuelos imponen una silenciosa y colorida voz en la escena social, una voz nueva que grita su adhesión al derecho al aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina.

 

De lo material a lo conceptual, ¿o viceversa?

La génesis del pañuelo verde no se correlaciona con las etapas pautadas de un proceso de diseño, tal como se enseña en la universidad, no es resultado de un programa formal. En estos casos, sucede que la espontaneidad de la creación colectiva no sigue ni se corresponde con la secuencia lógica de un producto diseñado, generado con variables controladas por la instancia de producción. Estamos frente a un fenómeno en donde el azar, lo fortuito del hallazgo no está planificado sino dado y validado, primero por sus usuarios y, finalmente, por la sociedad entera. Algo tan simple y pequeño ha crecido a lo grande. Si bien el colectivo ha fijado el año 2003 como momento histórico de la creación del pañuelo verde, cuando en el Encuentro Nacional de Mujeres, las impulsoras de la campaña buscaban un símbolo que las identifique en su propuesta en favor del aborto seguro, legal y gratuito, nada ni nadie podía intuir las dimensiones que habría de alcanzar en estos últimos años.

Un pañuelo es privado e intransferible, está cerca de la piel, a diferencia de una bandera, que pasa de mano en mano y nunca es percibida como objeto personal sino posesión del grupo. El pañuelo, prenda usada tanto por señoras distinguidas como por campesinas, delega su funcionalidad: el pañuelo verde no abriga, no protege ni adorna. Su uso se extiende a todo público, lo llevan hombres, niñas, niños, hasta mascotas. Ni velas ni globos, ni banderas ni vinchas, tampoco cintas enlazadas. Esta elección emparenta la lucha feminista con el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo; el blanco pañuelo-pañal, que cada una personalizaba bordando las iniciales del hijo o de la hija. Esos elementos alusivos e íntimos lo hacían propio y único de cada madre, a la vez que símbolo colectivo, emblema grupal de la lucha de todas. En medio del terror, el pañuelo blanco daba visibilidad a las Madres en cada ronda de los jueves, hablaba su gesto, su silenciosa presencia gritaba en el espacio público.

El pañuelo verde recupera todos estos aspectos, la conciencia de que la lucha por el aborto legal no es un problema personal sino un clamor social, potencia su dimensión política. Nada más ni nada menos que ciudadanos y ciudadanas reclamando derechos, en las calles, en las plazas, en espacios físicos y virtuales. También son mujeres en gran mayoría quienes protagonizan esta batalla por la despenalización del aborto. El reclamo reconoce su herencia y se asume intergeneracional; cambian las consignas pero no el espíritu de la lucha; se mantiene la perseverancia en las convicciones. Otra vez la dimensión colectiva se expresa, se organiza públicamente, resignificando lo íntimo. La versatilidad, bajo costo y fácil portación del pañuelo garantiza parte de su éxito, unido a la situación convocante en espacio y tiempo de ideas y luchas que se venían macerando y, finalmente, han alcanzado su madurez.

Dra. Mabel Amanda Lopez

Doctora en Diseño (UBA). Licenciada en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Codirige el Programa de Investigación en Color, Luz y Semiótica Visual (FADU, UBA), donde dirige tesistas, becarios y pasantes de investigación. Es directora de un Proyecto Internacional sobre Retórica de la violencia gráfica infantil (UBACyT – UNAM), de carácter interdisciplinario entre Psicología Social y Semiótica Visual. Profesora del área de Comunicación Visual en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, UBA desde 1993, en la cátedra Ledesma. Ha dictado clases de posgrado en universidades nacionales y privadas.

Ilustración: Noe Garín

De lo indicial a lo simbólico

Un pañuelo verde, cientos, miles, ¿cuántos son necesarios para instalar una idea? ¿Cuántos para que su presencia evoque un concepto, que señale una consigna? ¿Cuántos para contener una lucha, para expresar ideologías y acciones? Como trozo de tela que aglutina voluntades y atrae miradas, el pañuelo verde señala grupos sociales. El pañuelo es un guiño, identifica rápidamente a quienes comparten el mismo lema en las marchas, gesto que se multiplica cuando se extiende a la vida cotidiana. Es evidente el crecimiento en número y en visibilidad que ha alcanzado el movimiento; aunque no es solo un dato cuantitativo sino un pasaje cualitativo: es una ola, un giro verde.

Actrices, cantantes, escritoras, modelos o intelectuales se muestran con su pañuelo. El fenómeno de la identificación con ciertas figuras públicas y conocidas ha contribuido a diseminar el uso, a difundir el reclamo, a que germinen las verdes ideas. Es un hecho que las grandes marcas se valen de figuras socialmente reconocidas como recurso para publicitarse, mediante el uso de su imagen como imago o, veladamente, cuando prendas de vestir, productos o servicios forman parte de su look o estilo de vida. Llevan su pañuelo verde en la vida cotidiana, se toman selfies y comparten en las redes esas imágenes, haciendo del objeto un atributo, una cualidad más de su persona para quienes los siguen y admiran. Su uso creció y se consolidó a partir del momento en que referentes sociales y políticos, artistas e influencers desde diferentes campos han tomado partido en la causa y expuesto su posición en favor de la ley, de modo espontáneo.
Si bien la imitación de referentes culturales, deportivos y artísticos es muy potente como recurso, no termina de explicar la consolidación del pañuelo verde como símbolo. ¿Lo explicarán varias generaciones de silenciosa incubación, cambios mucho más complejos y menos pasajeros que una pose, que una simple postura de moda? Se respira un renovado aire de época, se percibe un cambio en la sociedad toda, que impacta en la opinión pública, que se replica en la prensa, se ve en la tele, en las redes, en las aulas. Cambios que tienen y tendrán consecuencias en todas las esferas de la vida de la comunidad, en consonancia con otro orden que jerarquiza una nueva sensibilidad, crea nuevas subjetividades sumando la herencia de otras luchas.

El pañuelo es un guiño, identifica rápidamente a quienes comparten el mismo lema en las marchas, gesto que se multiplica cuando se extiende a la vida cotidiana.

Para nada light

A diferencia del pañuelo de Madres y Abuelas, donde el blanco connota inocencia, el vacío, la ausencia del familiar desaparecido, la justificación de la elección del verde no parece tan épica. Cuando se crea una identidad cromática, más que elegir un color se tiene en cuenta cómo ese tono se inserta en una especie de gramática de significados ya establecidos, cómo se despega de otros sectores de militancia, ya sea política o de género, para incluir públicos más amplios, cómo acallar sentidos no deseados. Como el color nunca funciona de modo aislado sino en red, no puede desconocerse la tradición de luchas del pañuelo / triángulo pañal, soporte del signo, se suma al color verde que reasigna y adiciona sentidos.

Las creadoras se han apoyado en esta lógica al elegir el color, afirman que el verde en nuestro medio no se identifica con una afiliación partidaria concreta, como sucede con el rojo, el azul o el amarillo, no excluye identidades sino que las suma, así habilita pensar el movimiento como transpartidario y federal. Este color podría rastrearse en los símbolos que identificaban a las sufragistas en sus manifestaciones, a inicios del siglo pasado. Su bandera estaba compuesta por tres bandas verticales de igual ancho: violeta, blanco y verde, de izquierda a derecha. Sin embargo, el violeta fue el elegido por los movimientos feministas desde sus inicios hasta la actualidad; en Europa el verde representa a los partidos ecologistas (algunos cercanos al feminismo), en nuestro medio estaba vacante.

Teniendo en cuenta las significaciones del color, no existe un sentido del verde sino de los verdes, una gama bastante dilatada de sensaciones de color que portan diferentes evocaciones, según su cercanía con el amarillo o con el azul, su grado de saturación, claridad o negrura. Por caso, el verde oscuro es un color serio, institucional; en las antípodas, el verde lima es jovial, informal y alegre. El tradicional verde inglés está muy alejado del inquietante verde de la Matrix. También el verde mantiene esa ambivalencia en sus sentidos metafóricos. Si algo o alguien está verde significa que es inmaduro, mientras que las expresiones “viejo verde” o “cuento verde”, indecencia. Los movimientos ecologistas han fijado el color verde como símbolo global de preservación de la naturaleza. La marea de pañuelos verdes ha instalado una connotación simbólica nueva. En el espectro, el opuesto al verde es el rojo, no el celeste, como propone la campaña Pro Vida, que divide opiniones en torno de la posición en la despenalización del aborto. Los colores no expresan la oposición de ideas.

En una cultura, un símbolo se erige, se alza al cielo, se mantiene en el aire, vuela y se disemina; busca y conquista nuevos territorios, sin embargo, sin ayuda de la acción del viento, del soplo que lo agita podría caer al suelo, desvanecerse, arrastrarse y desaparecer. ¿Cómo saber cuál será su destino? ¿Mutará hacia otros grupos? ¿Se perderá en el olvido o en el fondo del cajón del ropero? Dentro de unos años, ¿solo será un recuerdo, un fetiche de la conquista? Más allá de las conjeturas sobre el futuro del pañuelo como signo-objeto, de las ideas contenidas en el símbolo, no olvidemos que hay y habrá mujeres reales que sufren, que esperan. Y, sobre todo, hay historias que deberían tener otros finales, que merecen finales felices. ¡Y que cada una pueda decidir cómo llenar ese adjetivo como mejor lo sienta!