NOTA

Reconstrucción o reinterpretación


Notre Dame: la Catedral que a lo largo de los siglos nunca fue la misma



Notre Dame: la Catedral que a lo largo de los siglos nunca fue la misma

El lunes 15 de abril de 2019 ante la mirada atónita del mundo entero un incendio incipiente, que luego de dos alarmas de fuego se transformara en llamas incontrolables, arrasó el interior de la emblemática Catedral de Notre Dame en la ciudad de París (Francia). Provocando el derrumbe de la aguja central del edificio medieval y el colapso de su techo. 

Mientras uno de los sitios históricos más visitados en el mundo ardía durante horas, las redes sociales, portales de noticias, canales de tv y diarios online eligieron reproducir y viralizar imágenes desoladoras, información sobre las pérdidas patrimoniales, cuestionamientos al método utilizado para sofocar el fuego y hasta efemérides curiosas como que el transatlántico Titanic también se hundió un 15 de abril pero en 1912.

A principios de marzo de este año públicamente también se dio un debate ecologista acerca de la tala y uso del millar de robles centenarios de veinte metros de altura y uno de diámetro del bosque de Bercé, a 220 kilómetros al sudoeste de París y pertenecientes a bosques de propiedad pública y explotaciones forestales privadas, cuya madera se utilizará para el nuevo techo de Notre Dame.

Hace dos años la revista Enlínea publicó un artículo donde se analizó el suceso y sus pérdidas ancestrales. Hoy desde miradas que enriquecen la observación, y abren a nuevas preguntas y reflexiones, el arquitecto y Profesor de Historia y de Teoría de la Arquitectura (UBA/FADU), Carlos Gustavo Giménez; la Mg. arquitecta y Profesora de Historia (UBA/FADU), Marina Celeste Vasta  y el Dr. arquitecto y Profesor de Historia (UBA/FADU) Fernando Martinez Nespral nos brindan recorridos de indagación que abren a nuevas observaciones.

Opinión

Por Carlos Gustavo Giménez.
Arquitecto. Profesor Titular de Historia y de Teoría de la Arquitectura (UBA/FADU)

Algunas reflexiones más...

Transcurrieron casi dos años desde el incendio de la catedral de París.

Colapsó la estructura de su techo y arrastró en su caída, partes fundamentales del edificio. Aunque resulte obvio conviene destacar una vez más que esta iglesia es uno de los edificios más valorados y visitados de Occidente. Tal vez del mundo entero. Desde una mirada especializada podemos decir que se trata de una catedral gótica francesa temprana, un edificio en el que se puede apreciar una nueva concepción arquitectónica y espacial a partir de una radical experimentación de proporciones, formas, técnicas, uso de materiales y la luz. Sobre todo, la luz.

Su ubicación cronológica es un dato relevante para la historiografía tradicional. Sus obras se iniciaron en 1163, veinte años después de la reconstrucción de la cabecera de Saint Denis; obra considerada pionera de la arquitectura religiosa cristiana de la Baja Edad Media, pero además, la iglesia de París se construyó unos años antes que las catedrales de Chartres, Reims y Amiens; conjunto muy valorado por los especialistas. Podemos decir que la construcción de Nôtre Dame señala un punto intermedio en el desarrollo de la arquitectura gótica: a medio camino entre Saint Denis (el edificio inicial) y la catedral de Chartres (el edificio clásico). También se agrega una condición que aumenta la cuestión y tiene que ver con que el edificio mantuvo su función original durante ocho siglos, con la sola excepción de unos pocos años a comienzos del siglo XIX. Si bien las prácticas religiosas han sufrido modificaciones en ese dilatado período; la función básica, la celebración de la misa, se ha mantenido y esto hace que a la densidad histórica se le sume la vigencia cotidiana del presente. Nôtre Dame  es un edificio de una gran importancia histórica (y por lo tanto patrimonial) pero también es un edificio de un gran valor en la vida cotidiana de los habitantes de París y esto también constituye un valor patrimonial. A la importancia histórica se le suma el valor del uso en el presente y también deberíamos agregar que sus espacios han sido  escenario de importantes sucesos de la historia europea. Allí, por ejemplo, Napoleón Bonaparte fue proclamado emperador en 1804.

Poco tiempo después, Jacques-Louis David pintó una tela representando esa escena. Una hermosa fotografía anterior al invento de la fotografía. El cuadro –de gran valor tanto artístico como documental- hoy se encuentra a escasos doscientos metros de allí, en la otra margen del río, en el Museo del Louvre.


El incendio habilitó rápidamente el debate acerca de su reconstrucción.

La discusión se mantuvo dentro de las posiciones esperadas: por un lado, aquellos que bregaron por la necesidad de una reconstrucción “objetiva”, intentando restituir la apariencia que el edificio tenía antes del incendio. O sea, el estado que ya tenía desde mediados del siglo XIX, cuando el arquitecto Eugene Viollet-le-Duc encaró las obras de recuperación y puesta en valor de la iglesia; ya que ésta había sido desacralizada con posterioridad a la Revolución Francesa y utilizada por un corto período como almacén militar. 

Por otro lado, se situó otro conjunto de opiniones (manifestadas a través de anteproyectos de arquitectura) que vieron en la catástrofe la oportunidad de hacer de la iglesia un edificio actual, una obra acorde a los planteos del presente. Diciéndolo de otro modo, la reconstrucción fue considerada por muchos como una posibilidad de elaborar discursos personales, actuales y en su mayoría radicales, que hablasen de las maneras en las que puede ser entendida la práctica arquitectónica en el siglo XXI.

Este tipo de discusiones definidas por el enfrentamiento de estas dos posturas no son exclusivas de la arquitectura sino que se dan regularmente en el campo general de la creación artística. Tal vez los montajes operísticos sean uno de los lugares donde con mayor asiduidad se expresa esta superposición entre discursos novedosos (¿transgresores?) relacionados con posturas estéticas actuales y los entramados históricos del canto, los argumentos y la musicalidad de los siglos anteriores. En 2003 –por ejemplo- en el Teatro Colón de Buenos Aires, Daniel Suarez Marzal montó “El holandés errante”; ópera de Richard Wagner. En esa puesta la acción transcurría en el área de espera de los equipajes de un aeropuerto. La cinta transportadora (en movimiento) era una importante protagonista de la escena. La ópera transcurre en un espacio portuario, pero no sólo no es un aeropuerto en el original, sino que la acción (y también el momento en el que la ópera fue creada) es anterior a la aviación. La puesta provocó aplausos y silbidos, críticas favorables y también de las otras.

Su estreno internacional fue en Dresde en 1843, casualmente dos años antes que Viollet-le-Duc iniciara los trabajos de restauración de Nôtre Dame.


Más allá de situarse en una u otra posición lo importante es señalar que la cuestión central se refiere –básicamente- a estas dos preguntas:

si las obras del pasado –tal cual son- deben mantener ad aeternum su condición original ya que continúan hablándole a nuestro presente, mediante los vínculos que un espectador atento pueda encontrar entre ambas épocas.

O si bien…

las obras del pasado deben ser re elaboradas como obras contemporáneas para hacer evidente lo que pueda entenderse como un eco en nuestro tiempo. Dicho de otra manera, si las obras del pasado pueden ser el soporte sobre el cual proyectar (agregar) nuestras preocupaciones actuales.

Así pudimos ver en las propuestas de reconstrucción de la iglesia –por ejemplo- cubiertas transparentes, algunas concebidas en vitrales. Agujas reconstruidas en tamaño, forma y materialidad completamente diferentes a las concebidas en las obras del siglo XIX.  Tal vez, una de las propuestas más impactantes sea la presentada por el estudio sueco UMA (Ulf Mejergren Architects) en la que aparece sobre la cubierta reconstruida de la iglesia, una gran piscina de uso público. 

El arquitecto belga Vincent Callebaut, quien ya se encontraba trabajando para el Municipio de París con su plan “París 2050”, tratando de convertir a esa ciudad en una más sustentable, más verde y libre de carbono, elaboró una propuesta para la catedral en la que ubicó espacios verdes y accesibles en la cubierta; con producción de frutas y hortalizas, sistemas de riego y generación de energía positiva.

La reconstrucción de Nôtre Dame no es ajena a la pandemia. Seguramente sus obras no culminarán en 2024 como se había anunciado. Pero sí sabemos que todas estas propuestas quedarán –al menos- para el trabajo de algunas aulas de las escuelas y facultades de diseño. 

A pesar de que sabemos que la catedral de París es un edificio del siglo XII, deberíamos poder reconocer en él, las huellas que el tiempo fue depositando sobre su materialidad. La reconstrucción del siglo XIX nos habla de las consecuencias que tiene la historia y de las señales que ella deja sobre estos productos de la cultura que son los edificios. Sobre la misma Nôtre Dame es posible observar los motivos de su abandono, los reclamos que Victor Hugo formuló en su novela denunciando la decadencia del edificio, los resultados de la posterior puesta en valor, el pensamiento de Viollet-le-Duc y la impronta de su época. Todo ello traducido y articulado en un complejo sincretismo de marcas arquitectónicas que nos hablan de prácticas, ilusiones, debates y algunas cuestiones más. 

Sabemos hoy que el Estado francés se propone una reconstrucción que perseguirá la restauración de la condición anterior al incendio.

Aunque huellas quedarán…., como siempre. Si podemos descifrarlas podremos comprender (sin duda en parte) la compleja circunstancia en la que se articulan la historia, los quehaceres y los valores de nuestro presente.

Ficha Técnica

  • Su edificación comenzó en 1163, y luego de 182 años, en 1345 concluyó tal cual la conocimos hasta 2019.
  • Rodeada por el río Sena es uno de los edificios con estilo gótico más antiguos y la tercera más grande del mundo, después de la de Colonia (Alemania) y Milán (Italia). 
  • 13 millones de personas la visitan cada año (con un promedio de 30 mil al día).

Historia

  • Allí se coronaron Enrique VI de Inglaterra durante la guerra de los Cien Años y siglos más tarde Napoleón Bonaparte. 
  • Fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco.
  • Dio su nombre a una de las obras maestras literarias del país: «El jorobado de Notre Dame» de Victor Hugo (1831). Donde cuenta la historia de Quasimodo, el jorobado que cuida de las campanas de la iglesia.

Huellas del fuego

  • Las llamas destrozaron vitrales y la aguja central (una torre añadida en el siglo XIX).
  • Dos terceras partes del techo, mayormente construido con vigas en madera de aproximadamente 1300 robles, desapareció.
  • Su estructura de piedra quedó en pie y por el trabajo de más de 500 bomberos se salvó por cuestión de 15-30 minutos de su destrucción total.

Reliquias sagradas

  • La corona de espinas que portó Jesús de Nazaret, un trozo de la cruz y algunos clavos de los que fueron utilizados durante su crucifixión.
  • Tres enormes vitrales en forma de rosa, se ubican en las fachadas norte, sur y occidental, y contienen piezas que datan de los siglos XII y XIII.
  • El órgano con cinco teclados y 8.000 tubos 

Notre Dame. A paso de cangrejo

Cuando ardió Notre Dame, hasta que su techo colapsó y se derrumbó la aguja central, pudimos presenciarlo en directo por televisión o por internet. Las redes sociales se inundaron con las imágenes del suceso, que se describió como una “tragedia para el mundo” y un “desastre a escala mundial”.

  • ¿Por qué nos toca tanto la pérdida de este edificio parisino? ¿Será la resistencia a la homogeneización de la modernidad? ¿O el miedo a la disolución material y analógica de la posmodernidad?

En la actualidad, las diferencias -muchas veces definidas como identidades- sobreviven en el formato de mercancías. El arquitecto Michael Sorkin nos habla de la arquitectura pensada como objeto para un parque temático, en la que se prescinde de las necesidades reales y las tradiciones de quienes las habitan. Tomando esa posición, Notre Dame forma parte de una serie de edificios y espacios urbanos que representan a la ciudad de París, e incluso a Francia; un conjunto urbano-arquitectónico que define la “marca país” o “marca ciudad”.

En el mismo momento en que se incorpora un edificio o un sitio al Catálogo de Monumentos Mundiales o de la Humanidad, se lo despoja de su valor cotidiano. Se produce, entonces, una migración hacia un nuevo mercado de valores: el de los objetos elevados a la consideración genérica, universal y abstracta de ruina, obra de arte o documento histórico. De esta manera, entra en un sistema de consumo basado esencialmente en el turismo. 

La fotografía turística es, como explica Susan Sontag, un acto de apropiación; una forma económica de atesorar el momento de nuestra presencia en un paisaje o ante un monumento. Pero esta apropiación no es espontánea, sino que fue preparada a través de un repertorio de imágenes que hemos visto en folletos, publicidades, guías de viaje, reportajes de televisión, entre otras. Imágenes que fueron deliberadamente seleccionadas y que nos prepararon para el encuentro con ese sitio; atemperaron nuestra sorpresa; e incluso disminuyeron o eliminaron una posible incomprensión del lugar. 

Desde Buenos Aires miramos a Notre Dame con ojos de turistas; la valoramos y la validamos como algo típico francés o parisino. Y con esa mirada anhelamos su reconstrucción. Para los propios habitantes de la ciudad luz, puede ser que la reconstrucción se entienda como una necesidad de contener símbolos materiales visibles de un pasado que se siente cada vez más distante o ausente en la vida cotidiana… aunque también podemos pensarlos como turistas en su propia metrópoli.

Dos libros llevan el mismo título: A paso de cangrejo.

El primero en publicarse fue la novela de Günter Grass publicada en 2003, en la que el escritor toma como imagen el «moverse hacia atrás para avanzar» de los cangrejos para referir a la necesidad de referenciar eventos del pasado a fin de comprender los sucesos del presente. El personaje principal del relato dice: “pero todavía no sé si, como he aprendido, debo desbobinar primero una cosa, luego la otra y después esta vida o aquella, o recorrer el tiempo oblicuamente, un poco al estilo de los cangrejos, cuyo retroceso lateral engaña, porque avanzan con bastante rapidez.” 

El segundo texto pertenece a Umberto Eco publicado en 2012 que recoge algunas conferencias y notas periodísticas publicadas en Italia entre los años 2000 y 2006. Aquí el autor utiliza la misma imagen que Grass pero con un significado diferente. Eco dice que vamos a paso de cangrejo para indicar que nos movemos hacia atrás.

Entre estas dos versiones de la misma metáfora puede discurrir la discusión sobre la reconstrucción o reinterpretación de Notre Dame en París. 

La catedral estuvo desde los inicios de su construcción (siglo XII) en constante proceso de restauración y reforma, como muchos de los monumentos o edificios con valor patrimonial que perviven a través de los siglos en todo el mundo. ¿En qué momento nos paramos para sacar la foto que será replicada? ¿Cuándo pensamos que Notre Dame estuvo terminada? ¿Debemos ocultar lo que sucedió a lo largo del tiempo? ¿Podemos reproducir la arquitectura pasada cuando pertenece a una época diferente? ¿Se nos permite hacerlo? ¿O deberíamos, en cambio, encontrar nuevas formas de incorporar los sucesos o acontecimientos acaecidos a la historia material del edificio? Si pensamos en la obra que llegó a nuestros días, debemos considerar que esa imagen refiere a la reconfiguración realizada por Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX, quien hizo una reinterpretación estructural y material de gran parte de los espacios faltantes en una catedral parcialmente derruida y saqueada durante más de doscientos años. Y justamente lo que se destruyó en el incendio es esa “restauración”. 

¿Tenemos entonces que afrontar una reconstrucción contemporánea copiando el legado de Viollet-Le-Duc o introduciremos criterios del siglo XXI? Del lado de los profesionales que bregan por la reconstrucción se entiende que este tipo de acciones en arquitectura debe ser asimilable a lo que sucede con las obras de arte pictóricas o escultóricas: hay que mantenerse fiel a las técnicas y materiales originales; aunque en el caso de un edificio o construcción estamos siempre en la delgada línea del «falso histórico». En la otra orilla, los que bogan por la reinterpretación quieren hacer presentes y explorar las posibilidades contemporáneas. 

Retomando al propio Viollet-le-Duc y su visión sobre los procesos de recomposición y/o rehabilitación edilicia – enfoque singular y discutido hasta la fecha-, el arquitecto indicó en sus escritos que restaurar un edificio no era mantener, reparar o rehacer; era restaurar el edificio en toda su esencia, creando algo nuevo que no podría haber existido antes.

En este sentido, encontramos numerosos casos de arquitecturas con valor patrimonial que se adaptaron excelentemente a los sucesos de su historia edilicia sin recurrir a la reconstrucción. Por ejemplo, el Neues Museum de Berlín, diseñado por Friedrich August Stüler y construido entre 1841 y 1859, que quedó en ruinas tras un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial. El proyecto de David Chipperfield para la reparación y restauración del museo demuestra que es posible incluir nuevas capas en el patrimonio construido; interpretar el pasado en una nueva construcción y, al hacerlo, generar un nuevo significado poético que respete las estructuras originales e históricas.

Opinión

Por Marina Celeste Vasta
Magíster en Historia y Crítica de la Arquitectura, Diseño y el Urbanismo (UBA/FADU).

Profesora Adjunta de Historia (Cátedra Molinos – UBA/FADU) y Titular en Gestión de Obras en Sitios de Valor Patrimonial (UBA/FADU). 

Opinión

Por Fernando Luis Martínez Nespral
Posdoctorado en Ciencias Sociales, Humanidades y Artes (UNC).
Doctor en Historia (UTDT), Especialista en Historia de la Arquitectura y el Urbanismo y Arquitecto (UBA) e investigador del IAA (Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas «Mario J. Buschiazzo» – UBA/FADU).

Notre Dame, el incendio y las vísperas

Como todos sabemos a partir de un incendio en la Catedral de Nuestra Señora de París, el edificio sufrió graves daños: fundamentalmente en la zona superior, se perdió la totalidad de la cubierta de madera y la aguja; pero en cambio, se mantuvo en pie la estructura principal de piedra, las bóvedas (afectadas en algunos sectores) y las torres.

En estas épocas de información en tiempo real; casi al instante, todo el mundo vio con horror lo que sucedía en un edificio icónico de una ciudad icónica. Y la primera reacción de conmoción dio paso rápidamente a múltiples campañas a fin de recolectar fondos para la restauración.

 

Como primera reflexión advertimos que todo el planeta está pendiente de lo que sucede en algunos lugares, mientras que otros hechos similares, o inclusive peores, en otras regiones pasan frecuentemente inadvertidos. 

 

Consecuencia de un sistema de valores transmitido entre otras formas por la educación, que subalterniza o hasta invisibiliza ciertas culturas. Creemos que nuestra responsabilidad como docentes es revertirlo; para lo cual nos ocuparemos no solo acerca de la historia de la catedral, sino y fundamentalmente, acerca de los condicionantes de nuestra mirada contemporánea sobre esta obra. Fin y al cabo, como sabiamente dijo Croce: “Toda historia es historia del presente”.

Volviendo a los hechos sucedidos en París, doce horas más tarde de comenzado el incendio fue finalmente extinguido y el problema pasó a ser naturalmente otro: ¿qué hacer de cara al futuro?.

Como resultado, inundaron las redes sociales una gran cantidad de propuestas de arquitectos de todo el mundo que vieron en la crisis una oportunidad de saltar al estrellato interviniendo en una obra con tan alto nivel de visibilidad. Hubo incluso hasta planteos satíricos, como el de hacer un estacionamiento o una pileta de natación en el lugar que ocupaba la cubierta desaparecida.

Pero, poco tiempo después, el gobierno francés salió al cruce de esta explosión de creatividad y declaró que la Catedral sería reconstruida exactamente igual al estado precedente al incendio. Las palabras utilizadas no fueron casuales, se habló del “estado precedente al incendio” porque es muy claro que no tendría sentido referirse a un hipotético “estado original” en un antiguo edificio que fue cambiando a lo largo de la historia.

Mencionaremos pues brevemente algunos de estos cambios para explicar nuestra posición. La catedral actual comenzó a construirse en el siglo XII, pero como todas las iglesias medievales, tardó siglos en construirse y se “terminó” si fuera válido utilizar ese término, casi doscientos años más tarde, en el siglo XIV.

Con el paso del tiempo, sus formas góticas quedaron obsoletas y a partir del siglo XVII se le hicieron importantes modificaciones sobre todo en su apariencia interior. Se realizó una serie de pinturas de gran formato, concebidas a la medida para cubrir los arcos ojivales que separan las naves laterales de la central presentando una imagen mucho más acorde a los gustos del barroco.

Por otra parte, hubo diversas operaciones de carácter escenográfico para revestir las zonas principales con arcos, cortinajes y otros elementos ornamentales de su tiempo; transformando de tal forma la percepción del espacio interior del edificio hasta el punto en que hoy nos resulta difícil de imaginar como el cuadro de la coronación de Napoleón, obra de Jacques Louis David, puede representar una escena que tuvo lugar en esta iglesia.

Pero incluso antes de Napoleón, durante el siglo XVIII, la aguja original del edificio que estaba muy dañada tuvo que ser desmontada y luego, durante la Revolución Francesa, el templo fue saqueado y posteriormente incluso utilizado como depósito, con lo que se perdió mucho de lo existente por entonces.

Además, hasta avanzado el siglo XIX, el edificio fue reiteradamente transformado para los grandes eventos como los funerales o casamientos de los poderosos con elementos efímeros concebidos para cada ocasión y se fueron adicionando edificios y construcciones auxiliares modernas para su tiempo en las adyacencias.

Pero, una obra literaria del romanticismo, la célebre novela “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo, aparecida en 1831 y el renovado interés en los temas medievales que se generó entonces fueron el punto de partida para una profunda renovación encabezada por Viollet-le-Duc que restauró elementos góticos perdidos. A la vez agregó otros totalmente nuevos como las célebres gárgolas (inspiradas en la novela), la demolición de la trama medieval adyacente para hacer el edificio visible tal como hoy lo conocemos y la monumental aguja que en 2019 se perdió (inconcebible en la Edad Media y solo posible de realizar con la tecnología del siglo XIX).

 

¿Cuál catedral restaurar entonces? ¿La medieval profundamente alterada en el barroco?, ¿La barroca destruida por la revolución? ¿O la neogótica, reinventada por el romanticismo? En este caso, como en todos los edificios con una larga historia, está claro que hubo muchas catedrales en su devenir, todas ellas hijas de su tiempo y todas ellas igualmente valiosas.

 

Ante este panorama, el gobierno francés decidió reconstruir en el siglo XXI la catedral neogótica del XIX. Todos los siglos tuvieron su Notre Dame, pero, pareciera que el XXI ha renunciado a ese privilegio y decide reeditar la fantasía decimonónica casi doscientos años más tarde. Sin dudas, una gran oportunidad perdida.

Ahora bien, pensemos en las motivaciones para una decisión de este tipo, que a nuestro entender revelan el insospechado peso presente de los mitos históricos del siglo XIX. 

Desde tiempo atrás venimos denunciando hasta qué punto la idea de la historia concebida en el siglo XIX sigue rigiendo nuestra mirada en el presente. Basta ver la coincidencia entre las periodizaciones y estilos de las bibliografías y programas actuales con modelos de hace más de cien años como el de Fletcher y su “árbol de la arquitectura”.

Así, y dado que la imagen de la historia y los estilos arquitectónicos de tiempos de Viollet-le Duc siguen vigentes, resulta lógico entender que, entre todas las opciones posibles, la Notre Dame de Viollet-le-Duc sea la que se decide congelar para la posteridad.

Urge pues repensar nuestra mirada sobre la historia, asumir el carácter de palimpsesto de los edificios donde cada generación reescribe su propia visión y entender que, si algo necesitamos preservar e incluso potenciar, es justamente esa diversidad, ese juego de espejos intercultural en el que los reflejos de nuestras incontables facetas se proyectan y multiplican ad infinitum conformando un sistema tan complejo y contradictorio (según las hermosas palabras de Venturi) como nuestra propia especie.

Arrivée à Paris du jeune duc Louis II d’Anjou et de sa mère Marie de Blois. Miniature illustrant les Chroniques de Jean Froissart, Bruges, vers 1475.

©Wikimedia. Dominio público

Vüe de l’intérieur de l’Eglise Cathédrale de Notre Dame de Paris

©Gallica. BNF. Dominio público

Paris, Cathédrale Notre-Dame: élévation du maître-autel de laditte église, tel qu’il est présentement, esquisse pour le projet définitif et variantes: Pierre Lepautre 

©Gallica. BNF. Dominio público.

Funeral of the Grand Condé, ca. 1687, Jean Berain.

©Metropolitan Museum of Art. Dominio público.

Jacques-Louis David – The Coronation of Napoleon (1805-1807)

© Wikimedia. Dominio público

Propuesta del estudio NAB, para convertir el techo de Notre dame en un invernadero público.

©Dezeen magazine. Dominio público.

Notre-Dame de Paris, c. 1881, Luc-Olivier Merson

©Cleveland Museum of Art. Dominio público.

Caricatura de Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, 1861, por Pierre-François-Eugène Giraud.

©Gallica. BNF. Dominio público.