NOTA DE OPINIÓN

Notre Dame de París:
El complejo tránsito hacia la reconstrucción

Nuestra Señora,
futurista y gótica.

por Prof. Carlos Gustavo Giménez

Notre Dame de París:
El complejo tránsito hacia la reconstrucción

Nuestra Señora,
futurista y gótica.

por Prof. Carlos Gustavo Giménez

“… inmensa sinfonía de piedra, por decirlo así, obra colosal de un hombre y de un pueblo, (…) producto maravilloso de la acumulación de todas las fuerzas de una época, donde cada piedra se ve brillar en cien formas, al capricho del obrero, disciplinado por el genio del artista; especie de creación humana, en una palabra, poderosa y fecunda como la creación divina…” (Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, 1831)

Uno

¿Quién podrá no lamentar la pérdida ocasionada por el incendio de la catedral de Notre Dame de París? Muy probablemente, esa cruda imagen en la que las partes del edificio se van desmoronando bajo las lenguas voraces del fuego, una y otra vez, sea la que quede asociada en nuestro imaginario, a la destrucción de la iglesia en el sentido material. Sin embargo, se trata de una pérdida que involucra también el plano simbólico, en cuanto a la condensación de valores históricos, culturales, religiosos y artísticos que se produce en algunos edificios, entre los cuales podemos considerar a éste, como ejemplar.
Agregar comentarios sobre el tamaño de la pérdida puede resultar superfluo en este momento en que son innumerables las voces que lo están haciendo, tanto en el ámbito público como en el más íntimo de cada uno de nosotros. Es así. Es tremendo. Es desolador. ¿Qué otro adjetivo se puede agregar para definir el alcance de este desgraciado evento?

Pero tratando de ampliar un poco más la mirada sobre el desastre e intentando verlo en un plano un poco más general, es probable intuir que una vez que hayamos podido incorporar la impresión y el dolor de la tragedia, se pueda dar paso al inicio de los debates. Después de algunos temas que ya se empiezan a instalar tibiamente en los medios editoriales: ¿se podría haber evitado?, ¿quién o quiénes son los responsables?, vendrán otros en los que los saberes propios del conocimiento disciplinar de la Arquitectura tendrán –seguramente- mucho que aportar.

En mi opinión, frente a esta visión desoladora del edificio en ruinas, puede observarse también un optimismo exagerado y, tal vez un tanto ingenuo, que supone que la reconstrucción depende exclusivamente de la disponibilidad de los medios materiales. Se trata de reconstruir con los hombres, las ideas, los medios y los materiales del siglo XXI, un edificio que inició su construcción en el siglo XII. A primera vista, pareciera que queda planteado un problema que implica mucho más que reunir los medios económicos que financien las obras.

Porque a la par de la férrea voluntad de aquellos que dicen que el compromiso de la reconstrucción nos debe involucrar a todos y al elocuente gesto de otros, que ofrecen cantidades de euros difíciles de imaginar para realizar las obras futuras, es posible sospechar la urgencia de actualizar un escenario de debates donde volveremos a escuchar, a nombrar y a dudar de la posibilidad de reconstruir los edificios y el pasado. Seguramente también emergerá en ese intercambio de ideas, el replanteo de la esencia y de la condición del patrimonio arquitectónico, la posibilidad de caer en una reconstrucción que practique una actitud cercana a la falacia histórica y todas aquellas ideas que aparecen cuando hablamos de restauración, de recuperación, de puesta en valor o de reconstrucción de obras de semejante valor histórico.

Un debate implosionado, agigantado en esta ocasión, por el tamaño del bien que se ha perdido pero también por el hecho de que Notre Dame de París ha sido hasta hace pocos días, no sólo una meta del peregrinaje de cientos o miles de turistas diarios, sino también un edificio vital que continuaba enmarcando el cumplimiento de las funciones para las cuales había sido concebido. Un edificio religioso que seguía cumpliendo con el desarrollo de las prácticas litúrgicas; un edificio que manifestaba la continuidad de la naturaleza que había provocado su creación. Seguramente esto no sea poco. Esa continuidad le agrega un estrato más en esa compleja cantidad de sentidos que se amalgaman y superponen en su naturaleza física y simbólica. La realidad de un edificio anclado en prácticas de un habitar que ha desaparecido en el tiempo reduce –de alguna manera- su importancia a un valor que es histórico; en este caso el interés aumenta en la medida en que aún sigue siendo el escenario del desarrollo de aquellas funciones que se desarrollaban antaño. Un edificio que es una gran cantidad de edificios a la vez: un museo, un ejemplo exquisito de cómo se entendía la arquitectura en el Edad Media, un espacio de una luminosidad y un misticismo inigualables, una proeza para las posibilidades tecnológicas de su tiempo, un escenario de parte de la Historia de Francia, y además, un edificio que se continuaba usando como se lo hizo en forma continuada desde alrededor de diez siglos atrás. Cuando visitamos el Partenón o el Coliseo, por nombrar algunos de los más conocidos entre nosotros, podemos imaginar de qué manera eran usados. Cada persona podrá estar más cerca o más lejos de acuerdo a su intuición, a su saber o a su propia fantasía. En el caso de la catedral parisina, obviamente, las liturgias del siglo XXI no son las mismas del siglo XII, las personas que asisten a ellas no son las mismas, y tampoco sus intereses, sus costumbres y todo lo demás. Pero su espacio continúa siendo el ámbito donde el ritual religioso se sigue desarrollando.
Una continuidad inquebrantable entre aquel uso de tantos siglos atrás y nuestro presente.

Prof. Carlos Gustavo Giménez

Profesor Regular en la Carrera de Arquitectura  | Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Universidad de Buenos Aires.

Un edificio que es una gran cantidad de edificios a la vez: un museo, un ejemplo exquisito de cómo se entendía la arquitectura en el Edad Media, un espacio de una luminosidad y un misticismo inigualables, una proeza para las posibilidades tecnológicas de su tiempo, un escenario de parte de la Historia de Francia, y además, un edificio que se continuaba usando como se lo hizo en forma continuada desde alrededor de diez siglos atrás.

Dos

Víctor Hugo, el gran escritor romántico francés, en las páginas de su novela Nuestra Señora de París plasmó hermosas descripciones de la iglesia, planteando un magistral diálogo expresivo entre una obra de arquitectura y una obra literaria. Pocos edificios han recibido descripciones tan precisas en palabras como las que Hugo le dedicó a esta iglesia, además de haberla situado como el escenario principal de su relato. Un edificio con un peso enorme desde el punto de vista arquitectónico, artístico y cultural, en su sentido más amplio, que “provocó” la escritura de una novela que se sitúa también, entre las mejores y más alabadas piezas artísticas europeas.

En la Introducción de la edición de Porrúa, Arturo Souto Alabarce opina que…

“No hay manera de pensar en la ciudad de París sin evocar a Notre Dame, y, al pensar en la catedral es ya difícil separarla de las melodramáticas criaturas de Hugo: Quasimodo y Esmeralda, el jorobado y la gitana, la antítesis más representativa del Romanticismo”.

La totalidad de la vida de Víctor Hugo transcurrió durante el siglo XIX, entre 1802 y 1885. La novela Nuestra Señora de París es una obra de su juventud. Se publicó por primera vez cuando acaba de subir al trono Luis Felipe I y el autor tenía algo menos de treinta años de edad y ya por entonces, era notable el compromiso que expresaba en su obra sobre muchos de los temas políticos, artísticos y culturales de su época. El Libro III de esta novela se compone de dos títulos: Nuestra Señora y París a vista de pájaro. En el primero de ellos, además de realizar una elogiosa descripción de la iglesia, utiliza esas páginas para denunciar la malversación del edificio que produjeron distintas intervenciones en los siglos precedentes y también en su tiempo.

“Si pudiéramos examinar una a una con el lector las varias huellas de la destrucción impresa en la antigua iglesia, al tiempo le tocaría la menor parte, la mayor a los hombres…”

Una reflexión, una denuncia, si se quiere, que provocó una mirada de atención general, incluida la del rey, sobre el estado de esa pieza urbana medieval. Un texto señalado como el causante de la célebre restauración realizada por Violett-le-Duc, unos años después de la publicación de la novela de Víctor Hugo.
Una novela influyendo sobre la realidad misma! Una intensa trama de actos y significados.

En el segundo título del Libro III, Hugo imagina una descripción de París observada desde una de las torres de la fachada de la catedral en los años finales del siglo XV, momento en el que se desarrolla la acción del libro. Bellísimo ejercicio literario en el que pone al servicio del relato su imaginación histórica para hablar de la ciudad de París a lo largo de los siglos!

La construcción de la catedral de París, según el historiador alemán Hans Jantzen, se inició hacia 1163 con las obras del coro que se extendieron durante veinte años, aproximadamente. Veinte años más demandó la construcción de la nave y así, sucesivamente, se fueron prolongando las obras a lo largo del siglo XIII. A partir de 1250 se construyeron las fachadas de los brazos del transepto. Una obra temprana en la sucesión de las edificaciones de las grandes iglesias góticas francesas. Las iglesias de Chartres, Reims y Amiens son posteriores. Fueron finalizadas en los siguientes sesenta años y pertenecen a un conjunto considerado como la producción madura o clásica del período. Esto también lo dijo Jantzen.

Como ya mencionamos es allí, en ese edificio del siglo XII donde Hugo sitúa la acción de la novela; una historia que se inicia en 1482 y que el autor imagina y escribe tres siglos y medio después. Una superposición amable de tiempos completada por nosotros, que en el siglo XXI podemos continuar dialogando y deleitándonos con aquel relato. Una sumatoria de tiempos que articulan al edificio y a la novela con otro cúmulo de sentidos culturales, políticos y artísticos.
Todas las fuerzas de una época… según Víctor Hugo. ¡Qué pérdida!

 

Tres

Hace alrededor de quince días asistí a un Seminario de Crítica en el Instituto de Arte Americano de la FADU. En estos eventos, un investigador presenta un trabajo de su autoría y otros dos investigadores (uno perteneciente al IAA y otro externo) lo comentan (en realidad, lo critican en el exacto alcance del término). En el Seminario al que me estoy refiriendo, Jorge Francisco Liernur presentó su trabajo “El Arca de Noé y la Arquitectura del Humanismo” donde plantea la disyuntiva acerca de si se trató de una embarcación o de un edificio, de las maneras en las que se representó a partir del Humanismo y de sus ecos en la arquitectura moderna. Un trabajo de una excelencia académica que, además, contó con dos prestigiosos comentaristas: Mario Sabugo y José Emilio Burucúa. Al finalizar el evento, siempre el investigador que ha presentado el trabajo tiene la posibilidad de cerrar el encuentro con sus palabras. Esta vez, Liernur instó a los casi cincuenta investigadores allí reunidos a no dejar de opinar (trabajar) sobre los temas que a veces, pareciera que no nos corresponde abordar, porque estamos situados en un lugar geográfico alejado de la centralidad Europa-Estados Unidos. Como ejemplo de esto, su trabajo (su opinión) sobre el Arca de Noé. Liernur rescató que –justamente- el hecho de estar situados en este lugar alejado, lo que hace es instalar un punto de vista que es particular, diferente al resto.
Si aceptamos que la importancia de la catedral de París radica en la articulación de su valor como edificio representativo de un particular momento histórico y de todos los significados y valores históricos y culturales que se fueron acumulando sobre él, a lo largo de los siglos, el debate sobre su reconstrucción debería ser intenso. Un intercambio que también promete ser complejo por la cantidad de cuestiones entrelazadas en el problema. Cuestiones que provienen desde distintos lugares del saber y de la cultura y que hacen de toda esta situación, un momento de singular naturaleza.

La pérdida que produjo el incendio es enorme. Podemos expresar nuestra conmoción y nuestro dolor de muchas maneras pero como comunidad académica podemos aportar y reconstruir a partir del debate. Siguiendo a Liernur, adhiero al llamado de no autoexcluirnos de las discusiones que se originan en otras geografías y sentirnos aptos para decir en voz alta nuestra opinión y expresar el resultado de nuestros trabajos.

En el desgraciado incendio de Notre Dame de París se articulan cuestiones que no tienen que ver sólo con asuntos relacionados con la Historia de la Arquitectura, la Teoría y la conservación del patrimonio. Creo que estamos frente a una poderosa situación en la que podremos instalar en nuestras aulas un debate conjunto del cual podrán participar estudiantes, docentes y profesores, entrelazando saberes relacionados con las formas actuales de hacer arquitectura, el futuro de las ciudades y el lugar que los edificios históricos deberían ocupar en ellas. No merecerían ser ajenos en esta instancia el rol de las nuevas tecnologías de la construcción y los aspectos relacionados con la seguridad en las obras, así como las nuevas maneras digitales de representar y de proyectar arquitectura en la posible reconstrucción. Un debate que puede impactar sobre los contenidos de todas las áreas de nuestra currícula. Y algo más esencial en este momento: ¿qué significa reconstruir?, ¿es posible reconstruir?, ¿qué se puede reconstruir?

¡A discutir entonces!